Cada vez es más frecuente encontrar a niños que a edades tempranas interactúan con soportes tecnológicos como tablets, móviles o Smart TVs. El gesto de un dedo siendo arrastrado por la pantalla es ya parte de nuestro ambiente cotidiano. La imagen de unos padres reproduciendo un vídeo de dibujos animados para que su retoño permanezca entretenido, un lugar común que se presente en múltiples contextos sociales. La tecnología juega un papel decisivo en nuestras vidas, pero sobre todo lo jugará en el de las próximas generaciones.
A medida que pasa el tiempo, esas generaciones que nos suceden inician antes su alfabetización tecnológica, y no siempre de una manera tutelada. De hecho, según la sociedad sobre la que pongamos el foco, encontraremos distintos grados de evolución en la integración de las nuevas tecnologías en el contexto de la educación. En sociedades como la española aún queda un larguísimo camino de posibilidades por recorrer hasta alcanzar una inserción plena y productiva en la educación de nuestros hijos. Pero es cierto que las primeras piedras que pavimentan ese sendero, nos dan razones para ser optimistas.
Si entendemos que la educación es algo tan perteneciente al ámbito del hogar, laboral o como a los colegios, entonces en el primer pilar encontramos innumerables opciones para que los más pequeños empiecen pronto a potenciar su desarrollo. Cada vez son más numerosas las aplicaciones didácticas y cada vez más variados los frentes en los que estas se ofrecen. Ya no hablamos de simples juegos destinados a fomentar el desarrollo cognitivo, sino de aplicaciones que introducen a los niños en el mundo de la programación (Scratch Jr.), las matemáticas (Sushi Monster, Monster Math y Monster Math 2) o incluso la creación de cómics e historias animadas (Toontastic).
En definitiva, el desarrollo de apps y de softwares educativos para tablets y smartphones es una actividad que no deja de ganar importancia en la industria y cuyos logros dan pasos de gigante en cuanto a creatividad y profundidad se refiere dando lugar al nuevo término: m-learning. El futuro se plantea inagotable en cuanto a las posibilidades de aprendizaje a través de dispositivos móviles, máxime cuando los índices de penetración tecnológica siguen incrementándose.
Un estudio de Consumo Móvil, elaborado por Deloitte y publicado a principios de este año, indicaba que España era el segundo país del mundo –solo por detrás de Singapur− con mayor penetración de smartphones, alcanzando una cifra del 88%. Pero más significativo si cabe resulta observar la presencia de los más jóvenes dentro de ese porcentaje: en otro estudio, esta vez elaborado en 2014 por el Centro de Seguridad en Internet para los Menores en España, se constataba que el 30% de los niños españoles de 10 años tenía un teléfono móvil. A los 12 años ese porcentaje aumenta al 70%, y a los 14 ya es del 83%. La edad de iniciación también bajaba considerablemente, hasta el punto de que los niños de entre 2 y 3 años ya acceden con regularidad a los terminales de sus padres. Esto nos da una idea de la importancia que adquiere el entorno smartphone y la temprana familiaridad que los usuarios adquieren con todo un ecosistema de aplicaciones. Dicho de otra manera: los smartphones y las tablets ya son herramientas cotidianas de los más pequeños, y de nosotros depende llevar ese uso al terreno de su educación.
Y aquí es donde saltamos al segundo pilar: las instituciones educativas. Si el uso cotidiano de las TIC en casa no se complementa con el uso en el aula, corremos el peligro de caer una vez más en la contraposición ocio-estudio. En España, la presencia en la educación primaria de elementos como tablets, pizarras digitales u ordenadores empieza a abrirse paso, pero aún está lejos de ofrecer una continuidad en la experiencia que los niños viven en casa. Si examinamos los datos de inversión en la integración de las tecnologías en clase, comprobaremos que aún queda mucho por hacer: según los datos arrojados por el INE para el curso 2014-2015, mientras que los ordenadores de sobremesa y los portátiles tenían una presencia respectiva del 51,2% y el 45,2%, las tablets PC representaban solo el 3,6%. Además, solo el 51,3% de los ordenadores se hallaban en las aulas, mientras que el resto se repartía entre el aula de informática, administración y otras dependencias.
Por lo tanto, el entorno de apps en el que cada día millones de niños se desenvuelven aún no encuentra un equivalente en el aula. Otros países como India, Tailandia, Turquía o Estados Unidos ya están situándose en la vanguardia con proyectos que proveen las aulas de tablets y otros dispositivos. No faltan, pues, los ejemplos a seguir hasta alcanzar la plena integración. Con septiembre a la vuelta de la esquina y con él la vuelta a los colegios, la reflexión está más vigente que nunca y las oportunidades están ahí fuera.
El software educativo y las aplicaciones esperan su sitio en los pupitres.
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