Ya que vamos a hablar de consultoría tecnológica, comencemos por una posible definición de consultor: persona que opina o aconseja sobre una materia determinada, en especial si lo hace profesionalmente.
¿Cuántos consultores te vienen a la cabeza? ¿Y a cuántos empresarios o directivos conoces que han contratado una consultoría? ¿Cuántos te han contado que han tenido una buena experiencia en una consultoría? En definitiva, ¿cuántas empresas conoces que han tenido la suerte de trabajar con un buen consultor? Y la pregunta de todas las preguntas: ¿qué entendemos por un buen consultor?
Hace no mucho escuché una frase en una conferencia que utilizaron para presentar a un consultor que admiro mucho y decía algo parecido a esto: “hay dos tipos de empresas, las que han consultado con este profesional y las que no”. Esta afirmación, aunque a priori pueda parecer arrogante, es lo que yo entiendo por ser un buen consultor, es decir, estar seguro de mi capacidad para generar cambios en las organizaciones que asumen el riesgo de contratarme.
El sueño dorado de la consultoría tecnológica
Si hacemos una búsqueda en Wikipedia sobre las consultoras, lo que aparece es, cuanto menos, para reflexionar: las consultoras son firmas de servicios profesionales que mantienen una plantilla especializada y cobran tarifas altas. Nótese lo de tarifas altas…
Cuando finalicé mis estudios, hace ya más de 20 años, recuerdo que convertirse en “consultor” era el anhelo de muchos de mis compañeros de carrera. “Quiero ser consultor para ganar mucho dinero”. Era conocido hasta el roadmap para conseguirlo [ser contratado por una consultora como “consultor junior”, sufrir las inclemencias durante dos años, y si conseguías sobrevivir, entonces pasabas a otro status en la organización, te convertías en “consultor”. Te quitaban la palabra junior del pie de tu correo, y, con suerte, si conseguías sobrevivir no menos de cuatro o seis años más en la empresa… quizás llegaras a ser “consultor senior”].
Las diferencias entre un tipo de consultor y otro eran pocas: al observarlos en la oficina te dabas cuenta de que todos vestían igual, con sus trajes y corbatas. Era difícil apreciar la diferencia, más allá de que los más jóvenes eran los más junior y los que ya tenían alguna cana… se suponía que eran los senior. Bueno, sí que había una diferencia, aunque solo la conocían los que leían las facturas del servicio: las horas de consultor junior eran caras y las de consultor senior eran carísimas.
Y dentro de la consultoría, así en grandes rasgos, está la consultoría tecnológica: el futuro inmediato desde hace ya unos cuantos años.
De las grandes como McKinsey a las incubadoras de talento
La primera vez que se empezó a hablar de algo similar a la consultoría fue en Estados Unidos en 1870 a través de la figura de Charles Sampson y su labor reorganizando el trabajo de los operarios chinos de una fábrica de zapatos.
Cuando arranca el siglo XX, aparecen las primeras firmas de consultoría con un modelo de negocio basado en ayudar a las empresas en sus dificultades organizativas. Algunas de estas consultoras empezaron sus andadura entonces y han perdurado hasta hoy, como es el caso de las conocidas PWC o McKinsey.
Así es como nacieron este tipo de empresas de consultoría orientadas al servicio al cliente, es decir, las contrataban para que el conocimiento que tenían les sirviera de ayuda en ciertas necesidades puntuales y a veces, incluso de manera permanente. Y en aquellos primeros años de consultoría se demostró que las empresas que contrataban el conocimiento de las consultoras, tenían mejores resultados.
Pasaron los años y los servicios que ofrecían las consultoras se fueron ampliando y especializando según las necesidades: organizacionales, financieras, marketing, de recursos humanos, y en los últimos años, de tecnología, provocando el nacimiento de lo que conocemos como outsourcing. O lo que es lo mismo, contratar fuera de la compañía algunas áreas o responsabilidades en los servicios de la empresa, como si el proveedor formara parte de ella. Un modelo muy utilizado hoy en día. Y hablamos de principios del XX.
Este nuevo modelo, el outsourcing sufre un pequeño revés poco antes del Crack de 1929. Las empresas empiezan a pagar salarios muy elevados a profesionales muy cualificados para no tener que contratar los servicios de las consultoras. Y lo que ocurre entonces es que las consultoras no puedan competir con los salarios que están pagando las compañías a sus profesionales y empiezan a perder el talento que les estaba haciendo ser diferenciales. Y como de todo se aprende, fue el incio para cambiar la manera de hacer las cosas y dirigirse a una especie de incubadoras de talento.
Tras el crack, las pocas empresas que no cerraron acaban por deshacerse de aquellos directivos de gran talento que habían contratado y cuyos salarios no podían pagar.
Todo este personal acaba yendo a las consultoras que vuelven a tener cota de mercado gracias al enfoque de outsourcing. Y volvemos a empezar.
Este nuevo paradigma facilita la consolidación en la relación organización-consultoría que conocemos en la actualidad. Una actualidad que está compuesta por grandes consultores, agrupados en organizaciones nacionales como la Asociación Española de Empresas de Consultoría, fundada en 1977 y con sede en Madrid, que agrupa a la mayoría de las empresas españolas de consultoría en dirección y organización de empresas y de tecnología de la información y comunicación.
El impulso de la transformación digital para la consultoría tecnológica
Según la AEC, las consultoras viven un buen momento porque crecen un 5,9% superando los 13.700 millones de euros. Obviamente, el incremento de las cifras del sector en 2018 viene impulsado, fundamentalmente, por los procesos de transformación digital en los que están inmersas las empresas de todos los sectores y las Administraciones Públicas.
Los servicios de consultoría (en la que se incluye la consultoría tecnológica) representaron el 24,4% de los ingresos; los de desarrollo e integración, el 24,7 %; y los de outsourcing, el 50,9%. Y en este pastel no estamos todas las empresas de menor estructura que ofrecemos los mismo servicios. Porque somos muchas las pequeñas empresas que nos dedicamos a la consultoría tecnológica, que no formamos parte de grandes asociaciones y que tenemos otra manera de enfocar los proyectos de consultoría.
Sin embargo, son importantes estas cifras, aunque hablemos sólo de los resultados generados por esas 27 empresas. No pretendo hacer un análisis de estas empresas, no es este mi objetivo con este post. Es obvio que en estructuras grandes los procesos funcionan de otra manera, pero es curioso cómo más de la mitad de los ingresos de estas grandes consultoras vienen del outsourcing o también llamado a veces, en la jerga tecnológica, body shopping. Solo la mitad de sus ingresos vienen por trabajos realizados in house y, de esta mitad, solo la mitad (25% total) la dedican a construir sistemas, programando e integrando con otros.
Y ahí es donde creo que radican las grandes diferencias entre una consultoría tecnológica más tradicional y las que no llevamos en el mercado más de 10 años. No es una cuestión de edad, es una cuestión de enfoque. Y lo veremos en el siguiente post.
Bienvenido Sielva, CEO de BeLike Software.
Un artículo muy interesante, me ha gustado mucho leerlo. Creo que las consultorías son de gran ayuda pero por desgracia, muchas personas no ven su valor. También es importante trabajar con consultores que realmente sean competentes, pero pienso que es una forma excelente de tener ayuda profesional sobre temas muy específicos y aprovechar al máximo la formación y experiencia de un consultor. ¡Un saludo!